Mamá Maíz

Cuando Kloskurbeh, el Creador de Todo, vivían en la tierra, aún no había hombres habitando en ella. Pero un día, cuando el sol estaba en lo alto, apareció un joven y lo llamó:

-Tío, hermano de mi madre.

Este joven había nacido de la espuma de las olas. La espuma formada por el viento y calentada por el sol. Fue el movimiento del viento, la humedad del agua y el calor del sol, sobre todo el calor, que le dieron vida. Así el joven vivió junto a Kloskurbeh y fue su principal ayudante.

Ahora, luego que estos dos poderosos seres hubieran creado todas las cosas, vino hacia ellos, cuando el sol se levantaba en lo alto del mediodía, una hermosa muchacha. Ella había nacido de una maravillosa planta, del rocío y del calor. Una gota de rocío había caído sobre la hoja de una planta y había sido calentada por el sol, cuyo calor el dador de toda vida. Así había nacido esta niña, del verde de una planta viva, de la humedad y del calor.

-Yo soy el amor –dijo la muchacha. –Yo soy dadora de fuerza. Yo soy la que nutre. La que alimenta a los hombres y a los animales. Todos me aman.

Kloskurbeh agradeció al Gran Misterio Superior por haber creado a la muchacha. El joven, el Gran Sobrino, se casó con ella y la muchacha dio a luz, con lo que se convirtió en la Primera Madre. Y Kloskurbeh, el Gran Tío, el que enseña a los hombres todo lo que necesitan saber, les enseñó a sus hijos cómo debían vivir. Luego se retiró a su morada en el norte, donde regresa de tiempo en tiempo cuando se lo requiere.

Las generaciones se sucedieron y las personas se volvieron numerosas. Vivían de la caza, de manera que, cuantos más eran, más difícil se les tornaba la cacería. Estaban cazando todos los animales, y a medida que los animales comenzaban a desaparecer, un tiempo de hambruna se cernía sobre los hombres. Y la Primera Madre penaba por ellos.

Los niños pequeños acudían a ella exclamándole:

-Tenemos hambre. Aliméntanos.

Pero ella no tenía nada para darles y lloraba.

-Sean pacientes, hijos míos. Yo les traeré un poco de comida para llenar sus pancitas –les contestó sin dejar de llorar.

Su esposo le preguntó:

-¿Cómo puedo hacer para hacerte sonreír? ¿Cómo puedo hacerte feliz?

-Sólo hay una manera de que acabe mi sufrimiento.

-¿Cuál es? –preguntó su esposo.

-Debes matarme.

-No soy capaz de hacer eso.

-Debes hacerlo o mi sufrimiento se prolongará por siempre.

Así que su esposo partió en un largo viaje hacia el norte. Hasta el fin de la tierra caminó para preguntarle al Gran Instructor, su tío Kloskurbeh, qué debía hacer.

-Debes hacer lo que te pide. Debes matarla.

El hombre volvió a su hogar, y esta vez era su turno de llorar. La Primera Madre le indicó:

-Debes hacerlo mañana al mediodía. Luego de que me hayas dado muerte, que dos de nuestros hijos tomen de mis cabellos y arrastren mi cuerpo por el suelo, que me arrastren de aquí para allá, por todas partes, hasta que mi carne se desprenda de mis huesos. Luego, tomen mis huesos, recójanlos y entiérrenlos. Luego, abandonen este lugar. –Ella sonrió y dijo –Esperen siete lunar y luego vuelvan, y aquí encontrarán mi carne, nacida de mi amor, y los alimentará y les dará fuerzas por siempre.

Y así lo hicieron. Su esposo mató a su mujer y sus hijos, mientras rezaban, arrastraron su cuerpo como les había ordenado, hasta su carne cubrió toda la tierra. Luego, tomaron sus huesos y los enterraron en el centro. Llorando amargamente, se marcharon.

Cuando el hombre y sus hijos y los hijos de sus hijos retornaron al lugar luego de siete lunas, encontraron que la tierra estaba cubierta con plantas verdes y altas, con borlas. El fruto de la planta, el maíz, era la carne de la Primera Madre, entregada a sus hijos para que vivan y se multipliquen. Tomaron una parte de la carne, del fruto de la primera madre y lo hallaron indescriptiblemente deliciosa. Siguiendo sus instrucciones, no comieron todo el maíz, sino que

devolvieron muchos granos a la tierra. De este modo, su carne y su espíritu se renovaban cada siete meses, generación tras generación.

En el lugar donde habían enterrado sus huesos, había crecido otra planta, de hoja marrón y muy aromática. Era el aliento de la primera madre, y oyeron que su espíritu les hablaba:

-Quémenla y fúmenla. Es una planta sagrada. Aclarará sus mentes, les ayudará en sus plegarias y alegrará sus corazones.

El hombre llamó a la primera planta skarmunal, maíz, y a la segunda, utarmur-wayeh, tabaco.

-Recuerden –dijo el hombre a su pueblo –deben cuidar muy bien del fruto de la Primera Madre porque es su bondad materializada. Cuiden bien de su aliento, porque es su amor hecho humo. Recuérdenla y piensen en ella cada vez que coman y cada vez que fumen, porque ella nos ha dado su vida para que podamos vivir. Ella no murió: su amor eterno se renueva incesantemente.

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