La búsqueda de la visión

Narrado por Ciervo Cojo

Un joven quería ir a hanbleceya, la búsqueda de una visión o un sueño que le diera los poderes para convertirse en un hombre de medicina. Seguro de sus capacidades, estaba convencido de haber nacido para realizar grandes obras entre su pueblo y lo único que le faltaba era una visión.

El joven era valiente y temerario y estaba ansioso por subir a la cima de la montaña. Había sido criado por gente buena y honesta, sabihonda en las cuestiones antiguas, quienes oraron por él.

Durante todo el invierno se mantuvieron ocupados preparándolo, alimentándolo con wasna y mucha carne para que cobrara fuerzas. De cada comida, apartaba un poco para alimentar a los espíritus, así lo ayudarían a que consiga su visión.

Sus familiares pensaban que él ya tenía el poder aun antes de subir a la montaña, pero eso equivaldría a poner el carro delante del caballo, como sucede en esta leyenda india.

Era una hermosa mañana de primavera cuando finalmente partió hacia su búsqueda. El pasto estaba crecido y los árboles cubiertos con hojas, la naturaleza en su máximo esplendor. Dos hombres de medicina lo acompañaron. Levantaron una choza donde lo purificaron haciéndolo traspirar y respirando el humo blanco del vpor sagrado. Lo santificaron con incenso y fortaron su cuerpo con savia, y lo abanicaron con el ala de aun águila. Fueron hasta la cima con él para preparar el hoyo de la visión y ofrendar paquetes de tabaco.

Luego, le indicaron al joven que ore, que sea humilde, que le ruegue a lo sagrado que le conceda su poder, una señal del Gran Espíritu, el don que lo convertiría en un hombre de medicina. Luego de ayudarlo en todo lo que podían, partieron dejándolo solo.

Pasó su primera noche en el hoyo sacudiéndose y gritando a viva voz. El miedo lo mantenía despierto, aunque fuese algo soberbio y estuviese listo para luchar contra los espíritus de la visión por el poder que él quería. Pero ningún sueño vino para apaciguar su mente.

Llegando la mañana, antes de que se levantara el sol, oyó una voz en el remolino blanco de la bruma del amanecer. Sin proceder de ningún lugar, o desde todas partes, se escuchó:

-Escucha, joven. De todos los lugares viniste a escoger este. Hay muchas otras montañas alrededor. ¿Por qué no vas a alguna otra parte a pedir por tu visión? Nos has molestado toda la noche, todos nosotros, animales y pájaros. No has dejado dormir ni a los árboles. Así no se puede dormir. ¿Para qué has venido aquí? Tú eres un joven insolente y no estás preparado ni eres digno de recibir una visión.

Pero el joven apretó sus dientes y decidió permanecer allí y forzar a la visión para que viniera.

Pasó otro día en el hoyo, pidiendo la iluminación que no se haría presente, y luego otra noche de miedo y frío y hambre.

El joven gritaba horrorizado y paralizado por el miedo, no se podía mover. Cuando amaneció nuevamente, oyó que la voz esta vez le decía:

-¡Deja de molestarnos! ¡Vete!

Lo mismo sucedió la madrugada siguiente. Para este momento estaba desfalleciendo de hambre y sed y ansiedad. Incluso sentía que el aire lo estaba oprimiendo. Jadeaba, su estómago se encogía y se contraría apretándose contra su columna. Estaba decidido a soportar una noche más, la cuarta y última. Estaba seguro que la visión llegaría. Pero aunque gritaba en la oscuridad y en soledad hasta cansarse, no tuvo ningún sueño. Antes del nuevo día, volvió a oír la voz esta vez furiosa:

-¿Todavía tú aquí?

Triste y afligido, les contestó:

-No puedo evitarlo. Este es mi último día y voy a gritar con todas mis fuerzas. Sé que me han dicho que vuelva a mi hogar pero, ¿quiénes son ustedes para darme órdenes? No los conozco. Me quedaré aquí hasta que mis tíos vengan a recogerme, les guste o no.

En ese momento se oyó un rugido que provenía detrás de la montaña detrás de la colina, un rugido poderoso que hizo temblar la tierra. El viento comenzó a soplar. El joven miró hacia arriba y vio un gran canto rodado posado en la cima de la montaña. Un relámpago cayó sobre la piedra y la movió. Lentamente, la piedra comenzó a moverse. Despacio al principio, pero cada vez con más fuerza, fue bajando por la montaña, sacudiendo la tierra, derribando árboles como si fueran pequeñas ramas. La piedra se dirigió directamente hacia él.

El joven vio la piedra elevarse por el cima del hoyo de la visión, y cuando estaba a centímetros de entrellarse contra él, se detuvo. El joven estaba boquiabierto, con los pelos de punta y los ojos salidos hacia afuera. La gran piedra rodó colina arriba hasta llegar a la cima. El joven a penas podía entender lo que había visto. Permanecía aún inmóvil cuando oyó el ruido de la piedra moviéndose una vez más al momento en que comenzaba a bajar rodando en su dirección. Esta vez el joven decidió saltar fuera del hoyo de la visión antes de que lo aplastase. El canto rodado cayó y destruyó el hoyo, triturando su pipa de la paz y su cascabel de calabaza. Otra vez la piedra subió a la cima y nuevamente volvió a bajar.

-¡Me voy, me voy! -gritó el joven.

Cuando consiguió moverse, bajó la montaña a los tumbos lo más rápido que pudo. Esta vez la roca saltó encima de él, rebotando cuesta abajo, arrasando y pulverizando todo lo que había a su paso.

El joven ni siquiera notó que la piedra subía la montaña para bajar por cuarta vez. En este último y más temido descenso, volvó por los aires en un enorme salto y aterrizó justo frente a él, hundiéndose tan profundo en la tierra que sólo se dejaba ver su punta. La tierra se sacudió como un perro mojado saliendo de un arroyo y sacudió al joven para todos lados.

Desvaído, golpeado y sacudido, retornó a su pueblo. Entendió que había sufrido en vano. Ahora tendría que volver a su pueblo y confesar que no había tenido ninguna visión ni obtenido poder alguno. Lo único que tenía para contar era que lo habían regañado. A los hombres de medicina les dijo:

-Hice enojar a los espíritus. Todo ha sido en vano. No he aprendido nada.

-Bueno, en realidad aprendiste algo -dijo uno de los hombres de medicina, el mayor, que era su tío. -Fuiste tras tu visión como el cazador va tras el búfalo, o el guerrero tras sus craneos para trofeo. Estabas luchando contra los espíritus. Creías que ellos te debían mostras una visión. Sufrir en soledad no conduce a ninguna visión, así tampoco como el coraje o la pura voluntad de poder. La visión surge de un don nacido de la humildad, la sabiduría y la paciencia. Si de tu búsqueda de la visión dices no haber aprendido nada, pues allí está tu primera lección.

El roedor

En algún sitio hay una gran vara, un poderoso tronco similar a la vara sagrada de la danza del sol, solo que mucho, muchísimo más grande. Esta vara es lo que sostiene al mundo. El Gran Abuelo Castor Blanco del Norte es el que roe esta vara en la base y lo ha estado haciendo por mucho, mucho tiempo. Más de la mitad de la vara ya ha sido roída. Cuando el Gran Castor Blanco del Norte se enoja, roe con furia y cada vez más y más rápido. Una vez que haya terminado de roer, la vara caerá y la tierra se derrumbará, convirtiéndose en una nada sin fondo. Ese será el fin de la humanidad y de todo lo que existe. El final de los finales. Por eso somos muy precavidos en no enojar al Castor. Por eso los Cheyenne nunca comemos su carne ni siquiera tocamos su piel. Queremos que el mundo subsista un poco más.

Relatado por Sra. Toro Medicinal en Birney, Montana, con la ayuda de un interprete.

Mamá Maíz

Cuando Kloskurbeh, el Creador de Todo, vivían en la tierra, aún no había hombres habitando en ella. Pero un día, cuando el sol estaba en lo alto, apareció un joven y lo llamó:

-Tío, hermano de mi madre.

Este joven había nacido de la espuma de las olas. La espuma formada por el viento y calentada por el sol. Fue el movimiento del viento, la humedad del agua y el calor del sol, sobre todo el calor, que le dieron vida. Así el joven vivió junto a Kloskurbeh y fue su principal ayudante.

Ahora, luego que estos dos poderosos seres hubieran creado todas las cosas, vino hacia ellos, cuando el sol se levantaba en lo alto del mediodía, una hermosa muchacha. Ella había nacido de una maravillosa planta, del rocío y del calor. Una gota de rocío había caído sobre la hoja de una planta y había sido calentada por el sol, cuyo calor el dador de toda vida. Así había nacido esta niña, del verde de una planta viva, de la humedad y del calor.

-Yo soy el amor –dijo la muchacha. –Yo soy dadora de fuerza. Yo soy la que nutre. La que alimenta a los hombres y a los animales. Todos me aman.

Kloskurbeh agradeció al Gran Misterio Superior por haber creado a la muchacha. El joven, el Gran Sobrino, se casó con ella y la muchacha dio a luz, con lo que se convirtió en la Primera Madre. Y Kloskurbeh, el Gran Tío, el que enseña a los hombres todo lo que necesitan saber, les enseñó a sus hijos cómo debían vivir. Luego se retiró a su morada en el norte, donde regresa de tiempo en tiempo cuando se lo requiere.

Las generaciones se sucedieron y las personas se volvieron numerosas. Vivían de la caza, de manera que, cuantos más eran, más difícil se les tornaba la cacería. Estaban cazando todos los animales, y a medida que los animales comenzaban a desaparecer, un tiempo de hambruna se cernía sobre los hombres. Y la Primera Madre penaba por ellos.

Los niños pequeños acudían a ella exclamándole:

-Tenemos hambre. Aliméntanos.

Pero ella no tenía nada para darles y lloraba.

-Sean pacientes, hijos míos. Yo les traeré un poco de comida para llenar sus pancitas –les contestó sin dejar de llorar.

Su esposo le preguntó:

-¿Cómo puedo hacer para hacerte sonreír? ¿Cómo puedo hacerte feliz?

-Sólo hay una manera de que acabe mi sufrimiento.

-¿Cuál es? –preguntó su esposo.

-Debes matarme.

-No soy capaz de hacer eso.

-Debes hacerlo o mi sufrimiento se prolongará por siempre.

Así que su esposo partió en un largo viaje hacia el norte. Hasta el fin de la tierra caminó para preguntarle al Gran Instructor, su tío Kloskurbeh, qué debía hacer.

-Debes hacer lo que te pide. Debes matarla.

El hombre volvió a su hogar, y esta vez era su turno de llorar. La Primera Madre le indicó:

-Debes hacerlo mañana al mediodía. Luego de que me hayas dado muerte, que dos de nuestros hijos tomen de mis cabellos y arrastren mi cuerpo por el suelo, que me arrastren de aquí para allá, por todas partes, hasta que mi carne se desprenda de mis huesos. Luego, tomen mis huesos, recójanlos y entiérrenlos. Luego, abandonen este lugar. –Ella sonrió y dijo –Esperen siete lunar y luego vuelvan, y aquí encontrarán mi carne, nacida de mi amor, y los alimentará y les dará fuerzas por siempre.

Y así lo hicieron. Su esposo mató a su mujer y sus hijos, mientras rezaban, arrastraron su cuerpo como les había ordenado, hasta su carne cubrió toda la tierra. Luego, tomaron sus huesos y los enterraron en el centro. Llorando amargamente, se marcharon.

Cuando el hombre y sus hijos y los hijos de sus hijos retornaron al lugar luego de siete lunas, encontraron que la tierra estaba cubierta con plantas verdes y altas, con borlas. El fruto de la planta, el maíz, era la carne de la Primera Madre, entregada a sus hijos para que vivan y se multipliquen. Tomaron una parte de la carne, del fruto de la primera madre y lo hallaron indescriptiblemente deliciosa. Siguiendo sus instrucciones, no comieron todo el maíz, sino que

devolvieron muchos granos a la tierra. De este modo, su carne y su espíritu se renovaban cada siete meses, generación tras generación.

En el lugar donde habían enterrado sus huesos, había crecido otra planta, de hoja marrón y muy aromática. Era el aliento de la primera madre, y oyeron que su espíritu les hablaba:

-Quémenla y fúmenla. Es una planta sagrada. Aclarará sus mentes, les ayudará en sus plegarias y alegrará sus corazones.

El hombre llamó a la primera planta skarmunal, maíz, y a la segunda, utarmur-wayeh, tabaco.

-Recuerden –dijo el hombre a su pueblo –deben cuidar muy bien del fruto de la Primera Madre porque es su bondad materializada. Cuiden bien de su aliento, porque es su amor hecho humo. Recuérdenla y piensen en ella cada vez que coman y cada vez que fumen, porque ella nos ha dado su vida para que podamos vivir. Ella no murió: su amor eterno se renueva incesantemente.

El Niño Poderoso

(Seneca)


Un hombre y su mujer vivían junto a su hijo de cinco años en una choza desgarbada en los bosques. Pero un día, la mujer murió dando a luz a otro niño, alegre y saludable, pero que no era más grande que la palma de una mano. Creyendo que el recién nacido no viviría, el padre lo envolvió cuidadosamente y lo colocó en un árbol hueco cerca de la choza. Luego, cremó el cuerpo de su mujer.
Como solía hacerlo día tras día, el hombre salió de caza. El niño de cinco años jugaba solo cerca de la choza. Se sentía solo. De pronto, oyó el llanto del bebé, que también se sentía solo y hambriento. Cuando el niño encontró a su pequeño hermano, le preparó una sopa de intestino de ciervo, la cual bebió con gran placer.
Con sus fuerzas renovadas, el recién nacido saltó fuera del árbol y los dos jugaron juntos. El hermano mayor le confeccionó un abrigo de piel de cervatillo y al ponérselo, parecía una ardilla correteando alrededor.
Cuando el hombre retornó a su hogar, notó que los intestinos de ciervo no estaban y le preguntó a su hijo qué había hecho con ellos.
-Ah –dijo el niño –tenía hambre.
Notando unas pequeñas huellas alrededor del fogón, el padre le preguntó:
-Estas son huellas de un niño. ¿Quién es?
Entonces el niño confesó que había encontrado a su hermano menor en el árbol hueco, le había hecho una sopa y confeccionado un abrigo de piel de cervatillo.
-Ve a traerlo –le indicó su padre.
-Es muy tímido –le contestó el niño. –No saldría de allí por nada del mundo.
-Bueno, lo atraparemos. Dile que te ayude a cazar ratones en el viejo tocón detrás del árbol hueco y yo lo atraparé.
El hombre juntó una gran cantidad de ratones y los escondió entre sus ropas. Luego, caminó hasta el árbol y se agachó simulando ser el viejo tocón. El niño fue hasta el árbol y llamó a su hermano.
-Ven, vamos a cazar algunos ratones.
El bebé trepó fuera del árbol y los dos corrieron hacia el tocón tras los ratones. Lleno de excitación, el pequeñito reía a gritos. Nunca se había divertido tanto. De pronto, el tocón se convirtió en un hombre que lo atrapó entre sus brazos y corrió hasta la choza. El bebé gritaba y pateaba, pero de nada le servía. No podía zafarse. Y el hombre no pudo tranquilizarlo hasta que puso una rama entre sus manos y le dijo:
-Golpea ese árbol.
El bebé azotó la rama contra un gran nogal y este cayó al suelo. Luego, lo dejó corretear con la rama, y todo lo que tocaba con ella lo rompía. Estaba fascinado y dejó de llorar.
El niño permanecía con su hermano mayor mientras su padre salía a cazar. Antes de partir, les había indicado:
-Mientras yo no esté, no deben ir hacia el norte. Gente mala y peligrosa vive allí.
Pero cuando el hombre partió, el pequeño le dijo a su hermano:
-Vayamos al norte. Quiero ver que hay allí.
Los niños caminaron hasta llegar a un terreno de bosques y pantanos. Oyeron algo que creyeron que eran personas diciendo:
-¡Mi padre! ¡Mi padre!
Pero en realidad se trataban de ranas cantando su canción:
-¡Noqwah! ¡Noqwah!
-¡Oh, no! Estas personas quieren herir a mi padre –gritó el pequeño.
Juntó una pila de rocas ardiendo al rojo vivo y se las lanzó a las ranas, que murieron al instante.
Cuando volvieron a su hogar, su padre estaba furioso.
-No debieron haberse ido. Ni tampoco deben ir hacia el oeste. Allí también es peligroso.
Pero al día siguiente, cuando su padre se había ido, el pequeño dijo:
-Quiero ver que hay en el oeste. ¡Vayamos!
Partieron en dirección oeste hasta que se toparon con un alto pino en cuya punta había una cama hecha de pieles.
-¡Qué lugar extraño para una cama! –dijo el pequeño a su hermano. –Voy a trepar para ver qué hay.
Al subir se encontró con que en la cama había dos niños desnudos y asustados, un niño y una niña. Pellizcó al niño desnudo, que comenzó a gritar:
-¡Padre, padre! Un extraño niño se apareció y me dio un susto de muerte.
Repentinamente, la voz del Trueno se oyó en el lejano oeste. Retumbó hacia ellos a una gran velocidad hasta que llegó a la punta del árbol donde estaba la cama. Con una rama en su mano, el pequeño niño, el Poderoso, golpeó al Trueno en la cabeza y este cayó muerto al suelo.
Luego, el pequeño pellizcó a la niña desnuda, que comenzó a gritar:
-¡Madre, madre! Un extraño niño me está molestando.
E instantáneamente, la voz de la madre Trueno estalló en el oeste, oyéndose cada vez con más fuerza hasta que llegó al árbol. El Niño Poderoso la golpeó en la cabeza como había hecho con su esposo y cayó muerta al suelo.
El Poderoso pensó: “Estos niños Trueno serán un lindo bolso de tabaco para mi padre. Se los llevaré a casa”.
Golpeó a los niños con su rama y cayeron al suelo.
Los dos hermanos volvieron a su hogar y al ver a su padre, el pequeño le dijo:
-Oh, padre, mira este bello bolso que te he traído.
-¿Pero qué has hecho? –exclamó el padre al ver los niños Trueno muertos. –Estos Truenos jamás nos lastimaron. Ellos traen la lluvia y eso nos hace bien. Pero ahora vendrán a destruirnos para vengar a sus hijos.
-Oh, no, no nos harán daño. He matado a toda la familia –le contestó el Niño Poderoso.
Entonces el padre tomó las pieles para confeccionarse un bolso de tabaco, pero les advirtió:
-Jamás deben ir hacia el norte, a la tierra donde vive Pelo de Piedra.
El hermano mayor no quería desobedecer más a su padre, así que al día siguiente, el Niño Poderoso se dirigió rumbo al norte solo. Cerca del mediodía, oyó los fuertes ladridos del perro de Pelo de Piedra, que en altura sobrepasaba a la de un ciervo. Pensando que su dueño estaría cerca, el pequeño saltó al corazón de un castaño a esconderse.
El perro seguía ladrando y Pelo de Piedra se acercó a ver qué sucedía.
-No hay nada allí –le dijo a su perro, pero este seguía ladrando de cara al árbol.
Pelo de Piedra golpeó al árbol con su rama y se partió a la mitad.
-¡Qué niño tan extraño eres! –dijo Pelo de Piedra mirando al pequeño niño mientras salía del árbol. –No tienes el tamaño ni siquiera para llenarme una muela.
-No he venido a llenarte ninguna muela. He venido hasta tu casa para ver cómo vives –le contestó el niño.
-Muy bien, vamos –dijo Pelo de Piedra y comenzó a dar enormes pasos.

continuacion...

En su cinturón llevaba dos enormes osos colgando, pero en proporción a él parecían dos pequeñas ardillas. Cada tanto miraba hacia abajo donde el niño corría a su lado para exclamar:
-¡Qué criatura tan rara eres!
Su casa era enorme. El niño nunca había visto nada semejante. Pelo de Piedra les quitó las pieles a los osos y colocó uno frente a su invitado y el otro para sí mismo.
-Cómete este oso –le ordenó –o me lo comeré yo y a ti también si no lo haces.
-Si no terminas el tuyo antes que termine el mío, ¿entonces podré matarte?
-Seguro –le contestó Pelo de Piedra.
El pequeño cortó los trozos de carne, las limpió tan rápido como pudo y se las llevó a la boca. Luego, salió corriendo de la casa a esconder la carne que guardaba en su boca. Entró y salió corriendo hasta que la carne de su oso había desaparecido.
-No has terminado de comer el tuyo –le dijo el niño. –Ahora voy a matarte.
-Espera –le dijo Pelo de Piedra –y te mostraré cómo deslizarte por la montaña.
Pelo de Piedra lo llevó a un barranco empinado y resbaladizo que terminaba en una caverna. Colocando el niño en un tazón de madera, Pelo de Piedra lo empujó cuesta abajo a gran velocidad. Pero con suma rapidez, el Niño Poderoso corrió cuesta arriba.
-¿Dónde has dejado el tazón de madera? –preguntó sorprendido Pelo de Piedra.
-Oh, no sé, supongo que quedó allí abajo –le contentó.
-Muy bien. Ahora veamos quién patea más alto este tronco –propuso Pelo de Piedra.
-Intenta tú primero –dijo el pequeño.
El tronco tenía medio metro de espesor y un metro de largo. Colocando el pie por debajo del tronco, Pelo de Piedra lo envió a una altura que doblaba la suya. Luego el niño colocó el pie debajo del tronco y lo envió hacia el cielo produciendo un silbido. Estuvo un buen rato suspendido en el aire, hasta que cayó sobre la cabeza de Pelo de Piedra y lo mató.
-Ven aquí –le dijo el niño al perro de Pelo de Piedra.
El perro se acercó y montó a su espalda y lo condujo a su hogar.
-Ahora mi padre tendrá un buen perro de caza.
Cuando su padre vio al perro, exclamó:
-¿Qué has hecho? Pelo de Piedra nos matará a todos.
-Mate a Pelo de Piedra. No nos molestará nunca más –contestó el niño.
-Bueno, niños. Jamás deben ir al sudeste, a la tierra de las apuestas.
Pero al día siguiente, cerca del mediodía, el pequeño partió caminando hacia el sudeste. Llegó a un bello claro en los bosques donde a lo lejos podía verse una choza. Debajo del techo de la choza, había un hombre con una enorme cabeza, mucho más grande que la de un búfalo, jugando a los dados, apostando las cabezas de todo aquel que se acercara a aquel lugar. Para los dados, utilizaba carozos de ciruela con dibujos.
Una muchedumbre se disponía a apostar en grupos de a tres. Cuando perdían, como les sucedía a todos, el hombre de la gran cabeza colocaba estas tres personas a un costado. Luego jugaba con otros tres y cuando perdían, los colocaba con los otros tres, y así sucesivamente hasta que decidía que era un gran número de personas. Entonces se ponía de pie y les cortaba las cabezas.
A medida que el niño se acercaba, un grupo de personas que había perdido sus apuestas, esperaban su momento de morir. Pero comenzaron a sentirse esperanzados cuando sintieron que este niño poseía una gran orenda, un gran poder o una medicina poderosa.
El niño se sentó y el juego comenzó inmediatamente. Cuando el hombre de la gran cabeza arrojó los dados, el niño hizo que unos quedaran en el tablero y otros se elevaran, de manera que los dados cayeron con diferentes dibujos. Pero cuando los arrojó el niño, los dados se convirtieron en pájaros que se elevaron en vuelo, y al caer sobre el tablero como dados, tenían el mismo dibujo. Siguieron jugando hasta que le niño recobró todas las personas que habían perdido, y el apostador perdió su propia gran cabeza, ya que el niño se la cortó instantáneamente.
Toda la multitud gritaba:
-¡Tú debes ser nuestro jefe!
Pero él les contestó:
-¿Cómo una cosa tan pequeña como yo puede ser un jefe? Quizá mi padre quiera serlo. Le preguntaré.
Así que el niño volvió a su hogar y contó lo sucedido. Pero su padre no quería mudarse a la tierra de las apuestas.
-Ahora, -le dijo su padre –nunca debes ir hacia el este, donde juegan a la pelota.
Pero al día siguiente, el niño emprendió viaje hacia el este, hasta que llegó a un terreno inmenso con hermosas planicies. Allí los clanes Lobo y Oso jugaban contra los clanes Águila, Tortuga y Castor. El niño tomó partido por los clanes Lobo y Oso.
-Si ganas –le dijeron –serás dueño de todas estas tierras.
Y jugaron, y el niño salió vencedor.
El niño volvió a su casa y le contó a su padre.
-He ganado todas las hermosas tierras del este. Ve allí y serás jefe.
Su padre asintió y se trasladó junto a sus dos hijos al este, donde vivieron.
Así es la historia.

La Mujer Búfalo Blanco

(Brule Siux)


Un verano, tanto tiempo atrás que nadie sabe cuánto, los Oceti-Shakowin, los siete consejos sagrados de los Lakota Oyate, la nación Siux, se reunieron y acamparon juntos. El sol brillaba constantemente, pero los animales habían desaparecido y el pueblo sufría de hambre. Cada día se enviaban exploradores en busca de animales para cazar, pero los exploradores no encontraban nada.
Entre los grupos reunidos estaban los Itazipcho, los Sin-Arcos, quienes habían formado su propio campamento en torno a su jefe, Cuerno Hueco Parado. Una mañana temprano, el jefe envió a dos de sus jóvenes hombres en busca de animales para cazar. Fueron a pie, porque en ese entonces los Siux aún no conocían los caballos. Buscaron por doquier sin obtener resultados. Viendo una alta colina, decidieron treparla para mirar desde aquel sitio elevado todo el campo. A mitad de camino, vieron algo que se acercaba hacia ellos desde la lejanía, pero en lugar de caminar, esta figura estaba flotando. A partir de esto supieron que aquella persona era wakan, sagrada.
Al principio sólo divisaron un pequeño punto a lo lejos y tuvieron que entrecerrar los ojos para ver que tenía forma humana. Pero a medida que se acercaba, notaron que era una muchacha hermosa, más bella que todas las que habían visto alguna vez, con dos puntos rojos redondos pintados en sus mejillas. Portaba un vestido de piel blanca cuyo brillo podía verse desde larga distancia. Estaba decorada con maravillosos dibujos sagrados hechos con espinas de puercoespín, con colores tan radiantes que no podían haber sido hechos por ninguna mujer común. Esta extraña wakan era Ptesan-Wi, la Mujer Búfalo Blanco. En sus manos llevaba un gran paquete y un abanico de hojas de salvia. Llevaba su cabello azul oscuro suelto, con excepción de un mechón de pelo atado con piel de búfalo en su costado izquierdo. Sus ojos relucían oscuros y chispeantes; gran poder había en ellos.
Los dos jóvenes la contemplaron perplejos. Uno estaba impresionado, pero el otro deseaba su cuerpo y estiró su mano para tocarla. Esta mujer era lila wakan, muy sagrada, y no podía ser tratada irrespetuosamente. Instantáneamente un relámpago cayó sobre el descarado joven y lo quemó; sólo una pila de huesos negruzcos había quedado de él. Algunos dicen que fue cubierto repentinamente por una nube, en la que había serpientes que lo devoraron y dejaron sólo sus huesos, de la misma manera que un hombre puede ser devorado por la lujuria.
Al otro joven que se había comportado correctamente, la Mujer Búfalo Blanco dijo:
-Traigo cosas buenas, cosas sagradas para tu nación. Un mensaje traigo para tu pueblo desde la nación del búfalo. Vuelve a tu campamento y diles a todos que se preparen para mi llegada. Dile a tu jefe que prepare un tipi medicinal con veinticuatro palos. Que santifiquen sus cuerpos para mi llegada.
El joven cazador retornó al campamento y les contó a su jefe y a todo el pueblo lo que la mujer sagrada había ordenado. El jefe le ordenó al eyapaha, al pregonero y el pregonero cruzó todo el campamento gritando:
-Una presencia sagrada está viniendo. Una mujer santa se aproxima. Prepárense todos para su llegada.
Entonces prepararon el gran tipi medicinal y esperaron. Luego de cuatro días vieron a la Mujer Búfalo Blanco acercándose, cargando su paquete junto a ella. Su vestido de piel blanco relucía a la distancia. El jefe, Cuerno Hueco Parado, la invitó a entrar al tipi medicinal. Ella entró y recorrió el interior en el sentido que lo hace el sol. El jefe se dirigía respetuosamente hacia ella, diciéndole:
-Hermana, estamos felices de que hayas venido a instruirnos.
Ella le dijo lo que quería que hagan. En el centro del tipi debían colocar un owanka wakan, un altar sagrado, hecho de tierra roja, un cráneo de búfalo y un armazón con tres palos, para colocar algo sagrado que ella traía. Hicieron lo que les pidió, y ella trazó un dibujo con su dedo sobre la tierra roja alisada del altar. Les enseñó cómo hacer esto, y luego volvió a recorrer el tipi en el sentido del sol. De pie enfrentada al jefe, abrió su paquete. El objeto sagrado que traía era la chanunpa, la pipa sagrada. Se la enseñó al pueblo y dejó que la observaran. Sostenía la boquilla con su mano derecha y la cazoleta con su mano izquierda, y así se ha sostenido la pipa desde entonces.
Nuevamente el jefe se dirigió a ella:
-Hermana, estamos felices. No hemos tenido carne desde hace un tiempo. Todo lo que podemos ofrecerte es agua.
Colocaron un poco de incienso en una bolsa de piel con agua y se la entregaron, y hasta este día se coloca incienso o un ala de águila en agua y se la rocía a una persona para ser purificada.
La Mujer Búfalo Blanco le enseñó al pueblo cómo usar la pipa. La llenó con chan-shasha, tabaco de corteza de sauce rojo. Caminó alrededor del tipi cuatro veces a la manera de Anpetu-Wi, el gran sol, representando el círculo eterno, el anillo sagrado, el camino de la vida. La mujer colocó un trozo de búfalo seco en el fuego y con esto encendió la pipa. Este era peta-owihankeshni, el fuego eterno, la flama pasada de generación en generación. Ella les dijo que el humo saliendo de la cazoleta de la pipa era el aliento de Tunka Shila, el aliento vivo del gran Abuelo Misterio.
La Mujer Búfalo Blanco le enseñó a al pueblo la manera correcta de rezar, las palabras correctas y los gestos adecuados. Les enseñó la canción para cargar la pipa y como elevar la pipa hacia el cielo, hacia el Abuelo Misterio, hacia la Abuela Tierra, hacia Unci, y luego hacia las cuatro direcciones del universo.
-Con esta pipa sagrada –les dijo –caminarán como una plegaria viviente. Con sus pies en la tierra y la boquilla de la pipa apuntando al cielo, sus cuerpos forman un puente viviente entre el Aliento Sagrado y el Superior Sagrado. Wakan Tanka nos sonríe porque ahora somos uno: tierra, cielo, todos los seres vivientes, los de dos piernas, los de cuatro piernas, los alados, los árboles, las hierbas. Junto con los hombres, todos estamos emparentados, somos una sola familia. La pipa nos une a todos.
Miren la cazoleta –dijo la Mujer Búfalo Blanco –la piedra de la que está hecha representa el búfalo, pero también la carne y la sangre del hombre rojo. El búfalo representa el universo y las cuatro direcciones, porque él se para en cuatro patas, que también son las cuatro eras de la creación. El búfalo fue puesto en el oeste por Wakan Tanka cuando creó la tierra para contener las aguas. Cada año pierde un cabello, y en cada una de las cuatro eras pierde una pata. El anillo sagrado llegará a su fin cuando todo el cabello y las piernas del gran búfalo hayan desaparecido, y las aguas volverán para cubrir toda la tierra.
La boquilla de madera de la chunanpa representa todo lo que crece en la tierra. Las doce plumas que cuelgan de la juntura de la boquilla –la columna vertebral –con la cazoleta –el cráneo –pertenecen a Wamblee Galeshka, al águila manchada, un pájaro muy sagrado que es el mensajero del Gran Espíritu y el más sabio de los alados. Están unidos a todas las cosas del universo, porque todas piden a Tunka Shila. Miren la cazoleta: grabada en ella hay siete círculos de varios tamaños. Estos representan las siete ceremonias sagradas que deben practicar con esta pipa, y a los siete consejos sagrados de la nación Lakota.
La Mujer Búfalo Blanco luego se dirigió a las mujeres, diciéndoles que era el trabajo de sus manos y el fruto de sus cuerpos lo que mantenía la vida de los hombres.
-Ustedes provienen de la madre tierra –les dijo. –Lo que ustedes hacen es tan importante como la tarea de los grandes guerreros.
Y es por eso que la pipa sagrada también es la unión de los hombres y las mujeres en el círculo del amor. Es en este objeto sagrado en que los hombres y las mujeres unen sus manos para crear. El hombre talla la cazoleta y fabrica la boquilla y la mujer lo decora con tiras coloreadas de espinas de puercoespín. Cuando un hombre toma una mujer por esposa, los dos sostienen la pipa al mismo tiempo y se les ata un trabajo de tela roja en sus muñecas, uniéndolos de por vida.
La Mujer Búfalo Blanco traía muchas cosas para las hermanas Lakota en su sagrada bolsa-vientre: maíz, wasna (pemmican), nabo silvestre. Les enseñó cómo hacer la cocina de fuego. Llenó el estómago de un búfalo con agua fría y le colocó una piedra al rojo vivo en su interior.
-Así deben cocinar el maíz y la carne.
La Mujer Búfalo Blanco también les habló a los niños, porque ellos tienen entendimiento más allá de su corta edad. Les dijo que lo que sus padres y madres hacían era para ellos, y que ellos, los niños, crecerían para tener hijos propios.
-Ustedes son las generaciones venideras. Es por eso que ustedes son lo más importante y preciado. Algún día sostendrán esta pipa y fumarán de ella. Algún día rezarán con ella.
Se dirigió una vez más al pueblo:
-La pipa está viva. Es un ser viviente rojo enseñándoles una vida roja y un camino rojo. Esta es la primera ceremonia en la que usarán la pipa. La usarán para retener el alma de una persona muerta, porque a través de ella pueden comunicarse con Wakan Tanka, el Espíritu del Gran Misterio. El día que un hombre muere es un día sagrado. El día en que el alma es liberada hacia el Gran Espíritu es otro día sagrado. Cuatro mujeres serán sagradas ese día. Ellas serán las encargadas de cortar el árbol sagrado, el can-wakan, para la danza del sol.
Les dijo a los Lakota que eran la tribu más pura de todas, y que por esa razón Tunka Shila les había concedido la chunanpa santa. Habían sido elegidos para cuidar de ella en nombre de todos los pueblos indios de este continente tortuga.
Se dirigió por último a Cuerno Hueco Parado, el jefe:
-Recuerda, esta pipa es muy sagrada. Respétala y te conducirá al final de camino. Las cuatro eras de la creación están en mí. Yo soy las cuatro eras. Vendré a visitarlos en cada ciclo generacional. Volveré a ustedes.
La mujer sagrada se alejó del pueblo diciendo:
-Toksha ake wacinyanktin ktelo, volveré a verlos.
El pueblo la vio alejarse por la misma dirección por la que había aparecido. Su silueta se recortaba de la gran bola roja del sol del atardecer. Mientras se iba, se detuvo y rodó cuatro veces. La primera vez se convirtió en un búfalo negro; la segunda vez, en un búfalo marrón; la tercera, en uno rojo; y finalmente, la cuarta vez que rodó, se convirtió en un becerro hembra de búfalo blanco. Un búfalo blanco es la criatura más sagrada que alguien pueda ver.
La Mujer Búfalo Blanco desapareció en el horizonte. Puede que alguna vez regrese. No bien desapareció, grandes hordas de búfalos aparecieron, permitiendo que se les matara para que la gente pudiera sobrevivir. Y desde ese día, nuestros parientes los búfalos les dan a nuestro pueblo todo lo que necesitan: carne para sus comidas, pieles para sus ropas y tipis y huesos para todas sus herramientas.

Cazador de Ciervos y la Joven Maíz Blanco

(Tewa)


Tiempo atrás, en la antigua casa del pueblo de San Juan, vivían dos jóvenes con el don de la magia. Él se llamaba Cazador de Ciervos porque siendo a penas un niño, jamás volvía de cazar con las manos vacías. Ella, Maíz Blanco, fabricaba vasijas finas y confeccionaba ropas con bellas imágenes que las destacaban entre todas las demás mujeres del pueblo. Juntos eran la pareja más bella de toda la aldea. Viendo que ellos dos habían sido favorecidos por los dioses, los pobladores asumieron que estaban destinados a casarse.
Con el tiempo lo hicieron, y contrario a las recomendaciones de sus mayores, comenzaron a pasar cada vez más tiempo juntos. Maíz Banco dejó de hacer vasijas y bordados y Cazador de Ciervos no salió más a cazar, dejando a muchos de los de su pueblo con hambre. Incluso, comenzaron a olvidar sus obligaciones religiosas.
Frente a la preocupación de los padres de la pareja, los ancianos de la tribu se reunieron en consejo. La joven pareja estaba olvidando las tradiciones con las que la tribu había vivido y prosperado, y todos temían que los dioses se enojaran y trajeran hambruna, inundaciones, enfermedades y otras calamidades sobre el pueblo.
Pero Cazador de Ciervos y Maíz Blanco ignoraron las peticiones del consejo y se unieron aún más, jurando que nada jamás podría separarlos. A pesar de la primavera y el nacimiento de la nueva vida, un aire de mal augurio se cernió sobre la aldea.
Repentinamente, Maíz Blanco enfermó y tres días después murió. El dolor de Cazador de Ciervos no tenía límites. Se negaba a hablar y a comer. Prefería quedar velando el cuerpo de su mujer hasta que fuese enterrada a la mañana siguiente.
Cuatro días después de muerto, cada alma divaga alrededor de su pueblo buscando el perdón de aquellos a los que pudo haber ofendido en vida. Es un tiempo sin descanso para el hombre, ya que el alma puede aparecerse en forma de viento, una voz incorpórea, un sueño o incluso en forma humana. Para evitar que esta visita se concrete, los pobladores se dirigen al muerto antes de ser enterrado y le rezan una dulce oración de perdón. Luego del cuarto día después de muerto, los familiares se juntan para llevar a cabo una ceremonia para liberar el alma hacia el mundo de los espíritus del que jamás se retorna.
Pero Cazador de Ciervos no podía aceptar la muerte de su esposa. Sabiendo que tal vez la vería en el intervalo de cuatro días, comenzó a deambular por las afueras del pueblo. Luego se alejó un poco más internándose en el campo. Y al atardecer del cuarto día, cuando sus familiares estaban reunidos para dejar ir su alma, vio un pequeño fuego junto a un tendal de arbustos.
Cazador de Ciervos se acercó y se encontró con su esposa, tan bella como lo fue en vida, vestida con sus propias ropas, con su pelo largo enredado con cactus, colocados para la preparación de su último viaje. Él se echó a llorar a sus pies implorándole que no lo dejase, que volviese con él al pueblo antes que el ritual de despedida se concretara.
Maíz Blanco rogó a su esposo que la dejase ir, porque ya no pertenecía al mundo de los vivos. Su regreso haría enojar al mundo de los espíritus, y de todas maneras, pronto ella dejaría de ser bella y él comenzaría a rehuirle. Hizo caso omiso a sus súplicas, prometiéndole a su aún no muerto amor que no dejaría que nada se interpusiese entre ellos. Finalmente ella cedió, prometiéndole que no lo abandonaría nunca.
Entraron al pueblo cuando sus padres se dirigían al santuario a darle sepultura con ofrendas de alimentos que liberarían el alma de Maíz Blanco. Se horrorizaron al verla y una vez más los ancianos de la tribu pidieron a Cazador de Ciervos que la dejara ir. Los ignoró y un aire lúgubre se cernió sobre la aldea.
La pareja retornó a su hogar, y pocos días más tarde Cazador de Ciervos comenzó a notar que su esposa despedía un olor desagradable. Luego, vio cómo su bello rostro se volvía ceniciento y su piel se secaba. Al principio, sólo le daba la espalda mientras dormían. Pero más tarde comenzó a sentarse en el techo de su casa toda la noche, y Maíz Blanco siempre subía a unírsele.
Los pobladores se acostumbraron a ver a Cazador de Ciervos escapando por encima de los techos y a través de los campos lejos de Maíz Blanco, ya que no era sino piel y huesos, en una persecución alocada.
Así continuaron, hasta que una mañana de niebla una alta e imponente figura apareció en la plaza central del pueblo. Estaba vestido con batas blancas de piel de alce y arrastrada el arco más grande que alguien haya visto. De su espalda colgaba un carcaj con dos flechas, las más largas que alguien haya visto. Se mantenía de pie en el centro del pueblo, con una voz que se oía desde todas las direcciones, llamando a Cazador de Ciervos y a Maíz Blanco. Tal era su imponencia que no tardaron en aparecer y colocarse apaciblemente frente a él.
La silueta fantasmagórica les reveló que había sido enviada desde el mundo de los espíritus porque ellos, Cazador de Ciervos y Maíz Blanco, habían violado las tradiciones del pueblo y provocado la ira de los espíritus. Porque ellos habían sido egoístas, habían traído dolor y malestar al pueblo.
-Ya que insisten en estar unidos –les dijo –su deseo les será concedido. Se perseguirán el uno al otro para siempre a través del universo, como recordatorio para que el pueblo viva acorde a las tradiciones, si quiere sobrevivir.
Así colocó a Cazador de Ciervos en una flecha y disparó hacia el cielo del poniente y a Maíz Blanco en otra apuntando en la misma dirección. Esa noche, los pobladores pudieron ver dos nuevas estrellas en el oeste. Una grande y brillante, que se movía hacia el oeste atravesando los cielos; y la otra, pequeña y reluciente, que la seguía muy de cerca por detrás.
Hasta el día de hoy, según los Tewa, la más brillante es Cazador de Ciervos, perpetuado en una estrella en la flor de su vida. La más pequeña es Maíz Blanco, elevada a los cielos luego de su muerte. Aún se persiguen a través del universo.