continuacion...

En su cinturón llevaba dos enormes osos colgando, pero en proporción a él parecían dos pequeñas ardillas. Cada tanto miraba hacia abajo donde el niño corría a su lado para exclamar:
-¡Qué criatura tan rara eres!
Su casa era enorme. El niño nunca había visto nada semejante. Pelo de Piedra les quitó las pieles a los osos y colocó uno frente a su invitado y el otro para sí mismo.
-Cómete este oso –le ordenó –o me lo comeré yo y a ti también si no lo haces.
-Si no terminas el tuyo antes que termine el mío, ¿entonces podré matarte?
-Seguro –le contestó Pelo de Piedra.
El pequeño cortó los trozos de carne, las limpió tan rápido como pudo y se las llevó a la boca. Luego, salió corriendo de la casa a esconder la carne que guardaba en su boca. Entró y salió corriendo hasta que la carne de su oso había desaparecido.
-No has terminado de comer el tuyo –le dijo el niño. –Ahora voy a matarte.
-Espera –le dijo Pelo de Piedra –y te mostraré cómo deslizarte por la montaña.
Pelo de Piedra lo llevó a un barranco empinado y resbaladizo que terminaba en una caverna. Colocando el niño en un tazón de madera, Pelo de Piedra lo empujó cuesta abajo a gran velocidad. Pero con suma rapidez, el Niño Poderoso corrió cuesta arriba.
-¿Dónde has dejado el tazón de madera? –preguntó sorprendido Pelo de Piedra.
-Oh, no sé, supongo que quedó allí abajo –le contentó.
-Muy bien. Ahora veamos quién patea más alto este tronco –propuso Pelo de Piedra.
-Intenta tú primero –dijo el pequeño.
El tronco tenía medio metro de espesor y un metro de largo. Colocando el pie por debajo del tronco, Pelo de Piedra lo envió a una altura que doblaba la suya. Luego el niño colocó el pie debajo del tronco y lo envió hacia el cielo produciendo un silbido. Estuvo un buen rato suspendido en el aire, hasta que cayó sobre la cabeza de Pelo de Piedra y lo mató.
-Ven aquí –le dijo el niño al perro de Pelo de Piedra.
El perro se acercó y montó a su espalda y lo condujo a su hogar.
-Ahora mi padre tendrá un buen perro de caza.
Cuando su padre vio al perro, exclamó:
-¿Qué has hecho? Pelo de Piedra nos matará a todos.
-Mate a Pelo de Piedra. No nos molestará nunca más –contestó el niño.
-Bueno, niños. Jamás deben ir al sudeste, a la tierra de las apuestas.
Pero al día siguiente, cerca del mediodía, el pequeño partió caminando hacia el sudeste. Llegó a un bello claro en los bosques donde a lo lejos podía verse una choza. Debajo del techo de la choza, había un hombre con una enorme cabeza, mucho más grande que la de un búfalo, jugando a los dados, apostando las cabezas de todo aquel que se acercara a aquel lugar. Para los dados, utilizaba carozos de ciruela con dibujos.
Una muchedumbre se disponía a apostar en grupos de a tres. Cuando perdían, como les sucedía a todos, el hombre de la gran cabeza colocaba estas tres personas a un costado. Luego jugaba con otros tres y cuando perdían, los colocaba con los otros tres, y así sucesivamente hasta que decidía que era un gran número de personas. Entonces se ponía de pie y les cortaba las cabezas.
A medida que el niño se acercaba, un grupo de personas que había perdido sus apuestas, esperaban su momento de morir. Pero comenzaron a sentirse esperanzados cuando sintieron que este niño poseía una gran orenda, un gran poder o una medicina poderosa.
El niño se sentó y el juego comenzó inmediatamente. Cuando el hombre de la gran cabeza arrojó los dados, el niño hizo que unos quedaran en el tablero y otros se elevaran, de manera que los dados cayeron con diferentes dibujos. Pero cuando los arrojó el niño, los dados se convirtieron en pájaros que se elevaron en vuelo, y al caer sobre el tablero como dados, tenían el mismo dibujo. Siguieron jugando hasta que le niño recobró todas las personas que habían perdido, y el apostador perdió su propia gran cabeza, ya que el niño se la cortó instantáneamente.
Toda la multitud gritaba:
-¡Tú debes ser nuestro jefe!
Pero él les contestó:
-¿Cómo una cosa tan pequeña como yo puede ser un jefe? Quizá mi padre quiera serlo. Le preguntaré.
Así que el niño volvió a su hogar y contó lo sucedido. Pero su padre no quería mudarse a la tierra de las apuestas.
-Ahora, -le dijo su padre –nunca debes ir hacia el este, donde juegan a la pelota.
Pero al día siguiente, el niño emprendió viaje hacia el este, hasta que llegó a un terreno inmenso con hermosas planicies. Allí los clanes Lobo y Oso jugaban contra los clanes Águila, Tortuga y Castor. El niño tomó partido por los clanes Lobo y Oso.
-Si ganas –le dijeron –serás dueño de todas estas tierras.
Y jugaron, y el niño salió vencedor.
El niño volvió a su casa y le contó a su padre.
-He ganado todas las hermosas tierras del este. Ve allí y serás jefe.
Su padre asintió y se trasladó junto a sus dos hijos al este, donde vivieron.
Así es la historia.

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