(Tewa)
Tiempo atrás, en la antigua casa del pueblo de San Juan, vivían dos jóvenes con el don de la magia. Él se llamaba Cazador de Ciervos porque siendo a penas un niño, jamás volvía de cazar con las manos vacías. Ella, Maíz Blanco, fabricaba vasijas finas y confeccionaba ropas con bellas imágenes que las destacaban entre todas las demás mujeres del pueblo. Juntos eran la pareja más bella de toda la aldea. Viendo que ellos dos habían sido favorecidos por los dioses, los pobladores asumieron que estaban destinados a casarse.
Con el tiempo lo hicieron, y contrario a las recomendaciones de sus mayores, comenzaron a pasar cada vez más tiempo juntos. Maíz Banco dejó de hacer vasijas y bordados y Cazador de Ciervos no salió más a cazar, dejando a muchos de los de su pueblo con hambre. Incluso, comenzaron a olvidar sus obligaciones religiosas.
Frente a la preocupación de los padres de la pareja, los ancianos de la tribu se reunieron en consejo. La joven pareja estaba olvidando las tradiciones con las que la tribu había vivido y prosperado, y todos temían que los dioses se enojaran y trajeran hambruna, inundaciones, enfermedades y otras calamidades sobre el pueblo.
Pero Cazador de Ciervos y Maíz Blanco ignoraron las peticiones del consejo y se unieron aún más, jurando que nada jamás podría separarlos. A pesar de la primavera y el nacimiento de la nueva vida, un aire de mal augurio se cernió sobre la aldea.
Repentinamente, Maíz Blanco enfermó y tres días después murió. El dolor de Cazador de Ciervos no tenía límites. Se negaba a hablar y a comer. Prefería quedar velando el cuerpo de su mujer hasta que fuese enterrada a la mañana siguiente.
Cuatro días después de muerto, cada alma divaga alrededor de su pueblo buscando el perdón de aquellos a los que pudo haber ofendido en vida. Es un tiempo sin descanso para el hombre, ya que el alma puede aparecerse en forma de viento, una voz incorpórea, un sueño o incluso en forma humana. Para evitar que esta visita se concrete, los pobladores se dirigen al muerto antes de ser enterrado y le rezan una dulce oración de perdón. Luego del cuarto día después de muerto, los familiares se juntan para llevar a cabo una ceremonia para liberar el alma hacia el mundo de los espíritus del que jamás se retorna.
Pero Cazador de Ciervos no podía aceptar la muerte de su esposa. Sabiendo que tal vez la vería en el intervalo de cuatro días, comenzó a deambular por las afueras del pueblo. Luego se alejó un poco más internándose en el campo. Y al atardecer del cuarto día, cuando sus familiares estaban reunidos para dejar ir su alma, vio un pequeño fuego junto a un tendal de arbustos.
Cazador de Ciervos se acercó y se encontró con su esposa, tan bella como lo fue en vida, vestida con sus propias ropas, con su pelo largo enredado con cactus, colocados para la preparación de su último viaje. Él se echó a llorar a sus pies implorándole que no lo dejase, que volviese con él al pueblo antes que el ritual de despedida se concretara.
Maíz Blanco rogó a su esposo que la dejase ir, porque ya no pertenecía al mundo de los vivos. Su regreso haría enojar al mundo de los espíritus, y de todas maneras, pronto ella dejaría de ser bella y él comenzaría a rehuirle. Hizo caso omiso a sus súplicas, prometiéndole a su aún no muerto amor que no dejaría que nada se interpusiese entre ellos. Finalmente ella cedió, prometiéndole que no lo abandonaría nunca.
Entraron al pueblo cuando sus padres se dirigían al santuario a darle sepultura con ofrendas de alimentos que liberarían el alma de Maíz Blanco. Se horrorizaron al verla y una vez más los ancianos de la tribu pidieron a Cazador de Ciervos que la dejara ir. Los ignoró y un aire lúgubre se cernió sobre la aldea.
La pareja retornó a su hogar, y pocos días más tarde Cazador de Ciervos comenzó a notar que su esposa despedía un olor desagradable. Luego, vio cómo su bello rostro se volvía ceniciento y su piel se secaba. Al principio, sólo le daba la espalda mientras dormían. Pero más tarde comenzó a sentarse en el techo de su casa toda la noche, y Maíz Blanco siempre subía a unírsele.
Los pobladores se acostumbraron a ver a Cazador de Ciervos escapando por encima de los techos y a través de los campos lejos de Maíz Blanco, ya que no era sino piel y huesos, en una persecución alocada.
Así continuaron, hasta que una mañana de niebla una alta e imponente figura apareció en la plaza central del pueblo. Estaba vestido con batas blancas de piel de alce y arrastrada el arco más grande que alguien haya visto. De su espalda colgaba un carcaj con dos flechas, las más largas que alguien haya visto. Se mantenía de pie en el centro del pueblo, con una voz que se oía desde todas las direcciones, llamando a Cazador de Ciervos y a Maíz Blanco. Tal era su imponencia que no tardaron en aparecer y colocarse apaciblemente frente a él.
La silueta fantasmagórica les reveló que había sido enviada desde el mundo de los espíritus porque ellos, Cazador de Ciervos y Maíz Blanco, habían violado las tradiciones del pueblo y provocado la ira de los espíritus. Porque ellos habían sido egoístas, habían traído dolor y malestar al pueblo.
-Ya que insisten en estar unidos –les dijo –su deseo les será concedido. Se perseguirán el uno al otro para siempre a través del universo, como recordatorio para que el pueblo viva acorde a las tradiciones, si quiere sobrevivir.
Así colocó a Cazador de Ciervos en una flecha y disparó hacia el cielo del poniente y a Maíz Blanco en otra apuntando en la misma dirección. Esa noche, los pobladores pudieron ver dos nuevas estrellas en el oeste. Una grande y brillante, que se movía hacia el oeste atravesando los cielos; y la otra, pequeña y reluciente, que la seguía muy de cerca por detrás.
Hasta el día de hoy, según los Tewa, la más brillante es Cazador de Ciervos, perpetuado en una estrella en la flor de su vida. La más pequeña es Maíz Blanco, elevada a los cielos luego de su muerte. Aún se persiguen a través del universo.
Tiempo atrás, en la antigua casa del pueblo de San Juan, vivían dos jóvenes con el don de la magia. Él se llamaba Cazador de Ciervos porque siendo a penas un niño, jamás volvía de cazar con las manos vacías. Ella, Maíz Blanco, fabricaba vasijas finas y confeccionaba ropas con bellas imágenes que las destacaban entre todas las demás mujeres del pueblo. Juntos eran la pareja más bella de toda la aldea. Viendo que ellos dos habían sido favorecidos por los dioses, los pobladores asumieron que estaban destinados a casarse.
Con el tiempo lo hicieron, y contrario a las recomendaciones de sus mayores, comenzaron a pasar cada vez más tiempo juntos. Maíz Banco dejó de hacer vasijas y bordados y Cazador de Ciervos no salió más a cazar, dejando a muchos de los de su pueblo con hambre. Incluso, comenzaron a olvidar sus obligaciones religiosas.
Frente a la preocupación de los padres de la pareja, los ancianos de la tribu se reunieron en consejo. La joven pareja estaba olvidando las tradiciones con las que la tribu había vivido y prosperado, y todos temían que los dioses se enojaran y trajeran hambruna, inundaciones, enfermedades y otras calamidades sobre el pueblo.
Pero Cazador de Ciervos y Maíz Blanco ignoraron las peticiones del consejo y se unieron aún más, jurando que nada jamás podría separarlos. A pesar de la primavera y el nacimiento de la nueva vida, un aire de mal augurio se cernió sobre la aldea.
Repentinamente, Maíz Blanco enfermó y tres días después murió. El dolor de Cazador de Ciervos no tenía límites. Se negaba a hablar y a comer. Prefería quedar velando el cuerpo de su mujer hasta que fuese enterrada a la mañana siguiente.
Cuatro días después de muerto, cada alma divaga alrededor de su pueblo buscando el perdón de aquellos a los que pudo haber ofendido en vida. Es un tiempo sin descanso para el hombre, ya que el alma puede aparecerse en forma de viento, una voz incorpórea, un sueño o incluso en forma humana. Para evitar que esta visita se concrete, los pobladores se dirigen al muerto antes de ser enterrado y le rezan una dulce oración de perdón. Luego del cuarto día después de muerto, los familiares se juntan para llevar a cabo una ceremonia para liberar el alma hacia el mundo de los espíritus del que jamás se retorna.
Pero Cazador de Ciervos no podía aceptar la muerte de su esposa. Sabiendo que tal vez la vería en el intervalo de cuatro días, comenzó a deambular por las afueras del pueblo. Luego se alejó un poco más internándose en el campo. Y al atardecer del cuarto día, cuando sus familiares estaban reunidos para dejar ir su alma, vio un pequeño fuego junto a un tendal de arbustos.
Cazador de Ciervos se acercó y se encontró con su esposa, tan bella como lo fue en vida, vestida con sus propias ropas, con su pelo largo enredado con cactus, colocados para la preparación de su último viaje. Él se echó a llorar a sus pies implorándole que no lo dejase, que volviese con él al pueblo antes que el ritual de despedida se concretara.
Maíz Blanco rogó a su esposo que la dejase ir, porque ya no pertenecía al mundo de los vivos. Su regreso haría enojar al mundo de los espíritus, y de todas maneras, pronto ella dejaría de ser bella y él comenzaría a rehuirle. Hizo caso omiso a sus súplicas, prometiéndole a su aún no muerto amor que no dejaría que nada se interpusiese entre ellos. Finalmente ella cedió, prometiéndole que no lo abandonaría nunca.
Entraron al pueblo cuando sus padres se dirigían al santuario a darle sepultura con ofrendas de alimentos que liberarían el alma de Maíz Blanco. Se horrorizaron al verla y una vez más los ancianos de la tribu pidieron a Cazador de Ciervos que la dejara ir. Los ignoró y un aire lúgubre se cernió sobre la aldea.
La pareja retornó a su hogar, y pocos días más tarde Cazador de Ciervos comenzó a notar que su esposa despedía un olor desagradable. Luego, vio cómo su bello rostro se volvía ceniciento y su piel se secaba. Al principio, sólo le daba la espalda mientras dormían. Pero más tarde comenzó a sentarse en el techo de su casa toda la noche, y Maíz Blanco siempre subía a unírsele.
Los pobladores se acostumbraron a ver a Cazador de Ciervos escapando por encima de los techos y a través de los campos lejos de Maíz Blanco, ya que no era sino piel y huesos, en una persecución alocada.
Así continuaron, hasta que una mañana de niebla una alta e imponente figura apareció en la plaza central del pueblo. Estaba vestido con batas blancas de piel de alce y arrastrada el arco más grande que alguien haya visto. De su espalda colgaba un carcaj con dos flechas, las más largas que alguien haya visto. Se mantenía de pie en el centro del pueblo, con una voz que se oía desde todas las direcciones, llamando a Cazador de Ciervos y a Maíz Blanco. Tal era su imponencia que no tardaron en aparecer y colocarse apaciblemente frente a él.
La silueta fantasmagórica les reveló que había sido enviada desde el mundo de los espíritus porque ellos, Cazador de Ciervos y Maíz Blanco, habían violado las tradiciones del pueblo y provocado la ira de los espíritus. Porque ellos habían sido egoístas, habían traído dolor y malestar al pueblo.
-Ya que insisten en estar unidos –les dijo –su deseo les será concedido. Se perseguirán el uno al otro para siempre a través del universo, como recordatorio para que el pueblo viva acorde a las tradiciones, si quiere sobrevivir.
Así colocó a Cazador de Ciervos en una flecha y disparó hacia el cielo del poniente y a Maíz Blanco en otra apuntando en la misma dirección. Esa noche, los pobladores pudieron ver dos nuevas estrellas en el oeste. Una grande y brillante, que se movía hacia el oeste atravesando los cielos; y la otra, pequeña y reluciente, que la seguía muy de cerca por detrás.
Hasta el día de hoy, según los Tewa, la más brillante es Cazador de Ciervos, perpetuado en una estrella en la flor de su vida. La más pequeña es Maíz Blanco, elevada a los cielos luego de su muerte. Aún se persiguen a través del universo.
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