Con el tiempo, Águila Manchada y Pájaro Rojo se casaron, y mucho tiempo más tarde, él le contó a sus padres y a nadie más cómo su amigo Cuervo Negro lo había traicionado.
-Lo perdono -les dijo-, porque alguna vez, tiempo atrás, fue mi amigo. Y porque murió como un guerrero, peleando por su pueblo. Y También porque Pájaro Rojo y yo ahora somos felices.
Luego de un largo invierno, Águila Manchada le comunicó a su esposa, cuando la primavera reverdeció:
-Debo irme durante unos días a cumplir una promesa. Y debo ir solo.
Emprendió su viaje hacia el acantilado en el que había estado el nido de las águilas. Al llegar al pie, sacó su pipa sagrada y la apuntó hacia las cuatro direcciones. Luego hacia abajo, a la Madre Tierra, al Gran Espíritu, dejando que el humo ascienda hasta las nubes, pronunciando:
-Wanbli Mishunkala. Hermanas Águilas, escúchenme.
Por encima de las nubes aparecieron dos puntos negros dando vueltas en círculos. Venían su llamado. Sus grandes alas se abrían majestuosamente, descendiendo en picada. Profirieon un grito de alegría y reconocimiento y se posaron a sus pies. Sacudió su abanico de plumas en señal de agradecimiento y luego les ofreció de comer unos trozos de carne de búfalo. Se ató pequeños paquetes medicinales alrededor de sus piernas a modo de agradecimiento, y esparció sus ofrendas de tabaco a pie del acantilado.
Allí se selló un pacto de amistad y hermandad con Wanbli Oiate, la Nación Águila y su pueblo. Luego, las majestuosas aves remontaron vuelo ascendiendo al cielo, girando en círculos sin producir movimiento, dejándose llevar por el viento, desapareciéndo entre las nubes.
Águila Manchada apuntó su caballo en dirección a su hogar, donde lo esperaba Pájaro Rojo, más contento que nunca.



Relatado por Jenny Nube Conductora en White River, Reservación India Rosebud, Dakota del Sur, 1967. Registrado por Richard Erdoes.

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